Desarrollo Rural
La violencia, el desplazamiento forzado y la presencia de grupos armados han provocado que las comunidades indígenas betoye y macaguán estén en riesgo de desaparecer, una situación que se agudiza con los constantes actos de discriminación de los cuales son víctimas. Por medio de los cultivos de plátano y de las artesanías hechas con los tallos de este fruto se busca aportar a la seguridad alimentaria y mejorar sus ingresos económicos, en especial de las mujeres, para que sean independientes y puedan tener mejor calidad de vida.
Según la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC), en Arauca habita el 83,50 % de los betoy, y porcentaje restante en el Valle del Cauca y en Bogotá. Así mismo, el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) registraba que en 2018 en Colombia solo había 394 indígenas betoy, lo que los ubica como una de las comunidades con menos población en el país.
Para la Corte Constitucional dicha comunidad se encuentra en riesgo de desaparecer, especialmente por las acciones derivadas del conflicto armado, por lo que exige planes inmediatos de protección. Uno de los hechos más atroces ocurrió en 2003 en las veredas Julieros, Velazqueros, Parrero, Roqueros, Genareros en el municipio de Tame (Arauca).
“La masacre de betoyes”, como es conocido este terrible suceso, cobró la vida 3 hombres y la violación de 4 jóvenes de 11, 12, 15 y 16 años. La mayor, de solo 16 años, fue asesinada frente a su comunidad. Según el Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep), este hecho provocó el desplazamiento de más de 360 indígenas al casco urbano de Arauca y Tame.
La situación de marginalidad se agudiza ante la precariedad de alimentos, la ausencia de instituciones prestadoras de salud e incluso el difícil acceso a agua potable, a lo que se suma el señalamiento y la estigmatización de la población que los relaciona con hurtos y hechos violentos que ocurren en la carretera de Tame.
Las condiciones no son diferentes para el pueblo hitnü o macaguán, quienes también están aislados por la violencia y se encuentran en riesgo de desaparecer.
Para ambas comunidades, la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Orinoquia, desde la Oficina de Relaciones Internacionales (ORI), propone los cultivos de plátano como una apuesta para establecer procesos productivos que generen ingresos.
Con plátano se protege a los pueblos indígenas
Ana María Romero, profesional a cargo de la ORI de la UNAL Sede Orinoquia, considera que el hecho de que estas comunidades se vean afectadas por las limitaciones en su vivienda y por el uso de sus resguardos como corredores de grupos armados impacta en su seguridad alimentaria, por lo que fomentar el autoabastecimiento es una apuesta necesaria.
El Programa Mundial de Alimentos (WFP) y la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) han apoyado el cultivo de plátano en un área aproximada de 10 hectáreas que son comercializadas por las comunidades en su zona de influencia.
“Con los betoy se trabaja en los resguardos de Generareros y Roqueros, en Tame, y con los macaguán con la comunidad Culiotes, en la vereda de Flor Amarillo, beneficiando a 685 personas en el proyecto”, expresa.
En 2020, con una producción anual de 650.000 toneladas de plátano, Arauca era el segundo departamento productor del país después de Antioquia, por eso, con la intención de que las comunidades aporten a esta producción, la Universidad capacita a las personas en manejo de malezas, control de plagas y recolección de basuras.
Artesanías que empoderan
La calceta de plátano, que se considera como un desperdicio agrícola, se convirtió en la herramienta para que 145 mujeres mayores de 18 años de estas comunidades aporten a la economía familiar. Se trata de las hojas que, una vez secas, se cortan del tallo del plátano, se raspan y secan para tejer servilleteros, bolsos o billeteras, entre otras artesanías.
Para las mujeres las artesanías se convirtieron además en una posible salida al maltrato intrafamiliar que sufren en sus hogares. De hecho, como se evidenció que uno de los agravantes de esta situación es el consumo de alcohol por parte de los hombres de las comunidades, los fines de semana, mientras ellas hacían los talleres de artesanías, con ellos se realizaron escuelas deportivas para que encuentren alternativas de ocio y entrenamiento.
Así mismo se les ofreció apoyo psicosocial, pues, según la funcionaria, “gracias a estas acciones se ha disminuido el consumo de alcohol, aunque se sigue trabajando en la reducción de los casos de violencia machista”.